martes, 20 de junio de 2017

Manzana

Manzana

Alguna vez intenté explicarle a mis compañeros de la carrera porque la canción "Manzana" de los Enanitos era una de las mejores canciones para cantar entre amigos; cuando finalizó estuvieron de acuerdo en que era una buena composición, pero que no entendían a qué me refería con que aquello era genial para corear entre todos.

En cambio, con mis compañeros de prepa, nunca fue necesaria una explicación, aunque la mayoría de las veces ya sólo somos Mauricio, Jocsan y yo y ya han pasado más de dos años (y tal vez precisamente a la ausencia de tantos y al paso del tiempo) sigue existiendo esa complicidad de un vínculo extraño y que hasta ahora seguimos sin saber muy bien qué lo ha definido, y, desde que comienza la canción hasta que finaliza, nosotros cantamos (cada vez más alto y todo: letra, música, balbuceos, jadeos, tarareos) y mientras cantamos nos miramos todo el tiempo, a veces de frente y a veces de reojo y siempre con una media sonrisa en el rostro que no se atreve a despegar, más que nada el gesto que provocan los recuerdos que, aunque nostálgicos, se resisten a volverse tristes y se resisten a volverse material digno de novela de Marcel Proust y se acercan tímidamente al de un filme de Linklater.

Recuerdo que la primera vez que la cantamos íbamos en el pequeño Spark azul de Jocsan (que fue de todos y que, como le ocurre a cualquier vehículo que valga la pena, fue vendido apenas se acabó la prepa), yo iba atrás y Jocsan y Mauricio iban enfrente, conduciendo y seleccionando la música respectivamente, estoy seguro que a lado mío venía una persona que bien podía haber sido dos o tres personas y que también eran parte del grupo y recuerdo que todos comenzaron a cantar de memoria, probablemente no fue así, pero yo, que no me sabia la canción, me sentí perdido por un momento y al cabo de un momento ya me encontraba repitiendo pedazos inconexos del coro.

Luego no sé qué sucedió, otro día, idéntico, en el Spark azul, mismas personas, mismas posiciones, la canción volvió a sonar, sin haberla escuchado de nuevo desde aquel primer día, me encontré repitiendo cada verso de memoria y al final, cuando hubo terminado y fue sucedida por otra canción menos importante, todos sentimos como que algo había sucedido en ese pequeño espacio y, por un acuerdo tácito, se convirtió en nuestro himno.

Y la volveríamos a cantar juntos muchas veces más, después de clases, durante clases en las que no estábamos presentes, fiestas, autos, y todos nos la sabíamos (o al menos eso llegó a creer), y todos éramos varios, además de Mauricio, Jocsan y yo eran también Andrea, Cecilia, César, Hiram, Nadia, Ollin, Timmy y muchas otras personas que solían ir y venir y con nombres tan diversos como imposibles de enumerar.

Y la canción se volvió un pretexto, también se volvió una dedicatoria con todas las de la ley para Janeth: sincera, descontextualizada de todo lo demás (a excepción de la felicidad) y, más que nada, se volvió una nostalgia extraña, un recuerdo de algún momento siempre distinto y siempre irrepetible.

Aquel ha sido uno de los mejores años de mi vida. Las tristezas eran pocas y cortas, las alegrías eran muchas y extensas, y el dolor sólo estaba reservado para cosas que valiesen la pena.

Después la prepa terminó y, como un mal cliché, todos nos separamos y la canción se volvió una casualidad extraña en el aleatorio de mi celular.

Y de repente nos volvimos ajenos a lo que éramos antes (no sólo la canción, también las ideas, la esperanza, la ambición, el deseo), nos sentimos solos, decepcionados, débiles, y el mundo aprovechó para volvernos pequeños (a nosotros que siempre fuimos pequeños y que sólo entre nosotros conseguíamos sentirnos grandes) y después de un tiempo tuvimos que reagruparnos y darnos cuenta que éramos cada vez menos, y aun así cantar la canción de nuevo y regresar no a sentirnos valientes, pero sí a sentir algo que se pareciese a la valentía y esperar, con el temor fatalista de lo inevitable, que la próxima vez que nos viéramos fuéramos los mismos o incluso más, pero nunca menos (sabiendo que no sería así).

La última vez que recuerdo fue en enero en el cumpleaños de Jocsan, él, Mauricio, yo, la canción fue elegida con una precisión matemática detrás de una lista de canciones que no podían sino llevarnos inevitablemente a nuestro himno: el clímax; la cantamos como siempre la cantamos y nos turnamos las frases que siempre nos turnamos (todo sin un acuerdo más allá de una mirada fugaz), llegamos al final burlesque, tarareándolo todo y cuando acabó nos miramos los tres, me parece recordar, que, sonriendo abiertamente, Jocsan me miró y me dijo algo así como: "Creo que nos sabemos demasiado bien esa canción".


Ian García Varona