La
muerte seca
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Enterraron a Mina en Oaxaca.
Ella
realmente no despertó del largo sopor de los muertos hasta que escuchó
largamente las palabras del cura sobre ella y observó con horror su funeral,
sintió con indignación el ataúd abierto y aquella ultranza a su privacidad de
cadáver le preocupó más que el hecho de estar muerta, sólo se sintió triste al
ver a Jorge, su esposo, de negro y de luto abandonar el panteón después de que
bajaron el veliz a la tierra a la espera de ser cubierto de tierra. Mina sintió
miedo, mucho miedo, haciendo un increíble esfuerzo de voluntad logró
despegarse, dolorosamente, de su cuerpo terrenal.
Tenía miedo
de quedarse ahí enterrada, muerta como los muertos y encontró que podía morir
viva.
Salió del
cementerio y descubrió que aún era corpórea, que aún pensaba como siempre y
caminó, encontró Oaxaca, la ciudad, apacible, hacía frío, le sorprendió un poco
sentir frío en ese estado, pero caminó todavía más hasta llegar a la que había
sido su casa con Jorge. Encontró a Jorge triste y moribundo, fue en ese momento
cuando Mina se dio cuenta para que había
huido de con los muertos, para estar ahí.
Se dio
cuenta que no la veían, nadie la veía, y se sorprendió aún cuando se encontraba
con gente que también estaba muerta en la calle, pero nunca les habló, no se
hablaban entre ellos, cada quien caminaba ensimismado buscando a los vivos que
no los veían ni los recordaban ya.
Fue por ese
entonces cuando Mina se dio cuenta de cuan lento pasa el tiempo cuando se está
muerto, pasaba las horas largas recorriendo Oaxaca sin la más mínima nostalgia,
con una agria añoranza veía Santo Domingo, Catedral, la cantera verde en el
piso y en las paredes, y los mercados y sentía una vaga ansiedad al descubrir
el antojo de chocolate, hasta que un día descubrió que podía comer, aunque no
saciaba el hambre ni el antojo era una especie de alivio para la mente. También
le sorprendía el calor de primavera que la asaba aun muerta y extrañaba el
sudor, extrañaba la sed y el sueño, pero ahora el calor sólo traía una profunda
estupefacción, no podía sudar, era una muerte seca.
Luego Jorge
volvía de trabajar y Mina lo seguía el resto del día, seguía aquel viudo que
vivía de negro luctuoso y conservaba el anillo en el anular izquierdo, y que ya
no hacía nada más que trabajar y postrarse en casa recordar. Era un espectáculo
triste y Mina lo acariciaba y le susurraba canciones al oído, pero Jorge no la
veía, no sabía que estaba allí, se iba a dormir y Mina salía a la calle y
miraba a lo lejos la Guelaguetza eterna de los muertos que sólo habían huido de
la muerte para bailar. La muerte era inexplicablemente lúcida y clara, podía
darse cuenta de lo que en el ajetreo de los vivos no notaba, escuchaba la noche
llegar cerca y a las estrellas explotar en un concierto para crear más
estrellas porque aquella era la única ciudad en el mundo donde se podían ver
noches estrelladas, cuando pasaba el espectáculo volvía con Jorge que seguía
dormido y añoraba dormir, podía hacerlo, pero los sueños de los muertos eran
siempre el mismo, se soñaba que se estaba vivo, y soñar aquello sin descansar,
porque nunca se cansaban, era bastante irritante, entonces no dormía. Recibía a
la madrugada con el estruendoso trepidar de los gallos por los tejados y la luz
clara de la mañana la obligaba a pararse y seguir sus tribulaciones por la
verde Antequera.
Era en el
alto calor del mediodía del valle, en la explosión estrellada de la medianoche
y en el corretear de los gallos en la mañana cuando más miedos y dudas
asaltaban a Mina, y sentía ganas de llorar, no podía, volvía a añorar el sudor
y sentía su cuerpo inexistente como una forma líquida, casi como una lágrima,
se daba cuenta que entonces era cuando la muerte seca se convertía en una
muerte líquida. Tenía temor de no envejecer con Jorge, de quedarse joven y que
Jorge al morir y no encontrarla vieja no la reconociera joven, también tenía
terror de haberse equivocado al no admitir la muerte normal, de estar por un
error en un mundo de los vivos que ya no le pertenecía.
Pero
pensaba en Jorge y todo se dispersaba, lo cuidaría…, por eso había huido…, para
cuidarlo y que así él muriera de muerte natural ya muy anciano, entonces iría a
su funeral y seguro que él podría verla, le enseñaría a salir de la exorable
muerte de tierra y, al fin, podrían vivir juntos por los siglos de los siglos
en la faz de la muerte seca de Oaxaca.
Ian García Varona
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