Ensayo “Moonlight” (Barry Jenkins) por Ian García
Varona
La toma más importante en el filme “Moonlight” no carece de la
certeza de técnica y belleza que acompaña al resto de la tesis cine fotográfica
del largometraje, sin embargo, no resalta por el encuadre ni por la iluminación
ni por un movimiento de cámara, sino, por la fuerza de la acción interna: una
mano cerrándose sobre la arena fría de un Los Angeles nocturno.
La progresión de tomas
que preceden a este momento clave del filme (así como las que lo suceden) tiene
un sentido claro en cuanto a su propuesta visual.
Desde la primera
secuencia observamos un montaje fotográfico de aparente caos, pero que esconde
un movimiento armónico. La cámara parece despreocupada ante el encuadre de sus
personajes, pero en realidad los persigue con calma, abraza la velocidad
perpetua de los seres humanos que busca retratar, su privacidad (los momentos
de vergüenza, de felicidad, de soledad) y no los encierra, los deja moverse alrededor
con naturalidad, aceptando los pequeños momentos en los que imagen y personaje
se permiten ser uno solo, y no podría ser de otra manera, el personaje se deja
retratar (a menudo en momentos de catarsis) únicamente cuando es absolutamente
necesario; cuando el espectador se ha ganado el privilegio de conocerlo.
Así mismo, la
utilización de los colores (partiendo desde otro extremo de análisis), es una
pieza fundamental en el proceso de experimentar la película (porque esta
película existe para ser experimentada, para servir a los sentidos como
conducto de comprensión):
Comencemos por las
tomas de exterior e interior día que nos retratan un barrio del "hood" norteamericano, pero
con una propuesta que nos aleja de su retrato convencional, fuera de
las sobre saturaciones de Spike Lee o los tonos con una búsqueda más realista a
través de la sobreexposición de Tarantino o Singleton, (y toda la serie de
escuelas que se fueron creando alrededor de su representación), sin embargo el retrato
de Jenkins remite a una especie de ensoñación, el manejo de la luz busca
remitirnos a un espacio de onirismo relacionado con los recuerdos de la niñez
(aunque no necesariamente se ubique en el plano del pasado).
Sin embargo es
imposible hablar de este filme sin mencionar el manejo de las tomas nocturnas,
a mi parecer se pueden dividir en dos segmentos de color (cálidos y fríos) y
que separan dos tipos de sensaciones a
lo largo de la historia, usando una especie de “psicología inversa del color”,
por llamarlo de alguna forma.
Por un lado los tonos
naranjas aparecen en los momentos claves de dolor y de incomprensión, los
momentos en los que los personajes (ensimismados en sí mismos) se dejan ir con
la corriente.
Sin embargo los tonos
azules (con guiños violetas) son las formas de verdadera poética que se
encuentran dentro de “Moonlight”, el azul suele venir con los momentos de mayor
estabilidad tanto en la puesta en cámara como en los movimientos internos y
externos de cámara. El personaje al fin es libre, y no mediante el concepto de
libertad que suele manejar el cine de Hollywood (esta creencia que la libertad
viene acompañada de locura y vicio y vertiginosidad); no, es una libertad
espiritual, una paz del alma y un azul infinito que resbala sobre el cielo y
sobre el mar y sobre la piel misma de los personajes, sin buscar
explicárnoslos, simplemente dejándonos ser parte de aunque sea un instante de
sus vidas.
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