Arrullo Melifluo
Se escucha
un piano de fondo tocado de una dulce manera; posiblemente sea una progresión
de re menor, sol mayor y algún otro acorde que no se logra distinguir. Junto a
él suena una tarola y un bombo, llevando un ritmo sencillo de cuatro cuartos,
con acentos en los tiempos fuertes. Entra la voz y todo empieza a tener
sentido. Así pasa la mayoría de la pieza con algunos adornos de trompeta y de
trombón. En pocas ocasiones se oye un coro, a excepción del final, que todas
las voces se juntan para formar una sola canción.
La
calle está mojada por los constantes diluvios que han ocurrido en los últimos
días. El banco es -en cierto modo-, incomodo, uno sólo se tiene que acomodar de
vez en cuando. La sal en la mesa se ve tan blanca que dan ganas de dormir en
ella. No queda nada más que está botella de leche a la cual sólo se le ha
extraído un pequeño trago.
La
botella aprieta la chamarra contra el pecho. La pistola de la misma manera pero
en la cintura. Los tenis azul marino, bueno, así eran antes, ahora son como un
azul deslavado verdoso, están sucios en su totalidad. Barro como rojo, seguro
es alguna tierra arcillosa. El miedo es lo único racional ahora. El tiempo se
lo lleva el mismo. Charcos en todas las calles que van limpiando ese par de tenis
favorito. Los auriculares rezan verdad en cada segundo que pasa. La mano
aprieta la botella. La mano sostiene la pistola.
No
lo hagas. Se susurra como al olvido. No es lo que se necesita. Así que no se
debe de dar. Se rompió por segunda vez antes de que se diera cuenta de la
primera. El color está como extinto. El saber es como una condena personal, en
una parroquia de tintes barrocos perdida en el cielo, o en la tierra calcinada
por los pecados de todos. Todo puede parecer que está mal. Tal vez no lo
parece. Tal vez lo está.
Ya
se secaron. La televisión representa pura estática. Los sueños representan
cosas que nunca habrá en esta vida. El cenicero está lleno. Los ojos parecen
llenos de ceniza también. Suena la campana. Afuera ya no llueve pero adentro
continua el diluvio.
Se
acaba la canción. Aún le queda una más al disco. Se quita el disco, olvidado
queda. Sólo se recordará por siempre la frase que a todo el mundo deja
enamorado “¿Soy yo en el que piensas cuando te sientas en tu silla de mimbre
bebiendo conejitos rosas?” Llega alguien más y silba. Pero todo ya acabo. Se
cierra el bar y todo vuelve a la normalidad. Excepto ese puro que se quedó
prendido en la obscuridad. Se va consumiendo con el tiempo y en algún momento
se apaga. Perfecta analogía.
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