Luu Niss Rubb
A veces
los escucho llorar. Otras veces sólo murmuran. Siempre suspiran. Algunos me
hablan. Nunca les contesto. Nunca esperan una respuesta. Porque, al fin y al
cabo, los muertos no tenemos nada en común.
Hay uno a cada lado mío. Sé también
que hay uno atrás, pero siempre está callado, excepto los días seis de cada
mes, cuando llora, sospecho no tanto de dolor (que es de lo que casi todos
lloran aquí) sino de rabia. Frente a mí hay una chica, no sé cuando la
trajeron, porque antes no había nadie frente a mí, es quien más llora, aunque,
tengo entendido, eso se les va pasando conforme va llegando el olvido, no lo
sé, antes de ella yo fui el último en llegar, pero de eso hace mucho. Sé que
también hay otros, más allá, los escucho susurrar.
Hay ocasiones en las que me entra
el ansia y me dan ganas de tragar puñados de tierra. También hay ocasiones en
las que todo se queda en silencio y nadie llora, nadie murmura, nadie suspira,
nadie susurra, y puedo (¿podemos?) escuchar el ruido de las flores creciendo en
el césped, lejos de nosotros, igual el sonido de las hojas cayéndose de los
árboles y a veces hasta aves; es entonces cuando más ganas me dan de salir,
pero luego luego se me pasa. En la mayoría de las ocasiones simplemente me
siento muy cansado.
Me enterraron muy abajo, o al menos
eso es lo que dice el que está a mi izquierda, aunque yo no puedo estar muy
seguro. Pero debe ser así, porque cada que llueve se inunda y uno tiene que
sentir cómo lo poco que le queda de carne (o lo que uno imagina que le queda de
carne) se le hincha como esponja, y uno infla los cachetes, como pretendiendo
que los pulmones agujereados se asfixian, eso debe ser lo único bueno de las
inundaciones: te hace sentir desesperado, vivo. No sé cómo le harán a los que
no enterraron tan abajo. Y cuando el agua drena se siente cómo unos pequeños
moluscos se quedaron enroscados alrededor de las piernas de uno (¿por qué será
que sólo se enroscan en las piernas?), y casi siempre tardan bastante en
morirse, pero cuando se mueren me da mucha tristeza. Creo que son los únicos
momentos en los que siento tristeza.
Sé que la chica de enfrente es
reciente porque hace no mucho (no sabría decir hace exactamente cuanto) empezó
a gritar con tal desesperación que a cualquiera le habría helado la sangre,
aunque, claro, ninguno de nosotros tiene ya sangre, creo. Y esos gritos sí que
los reconocí, también yo grité así la primera vez, y he escuchado a otros
gritar así, porque, sin importar la lejanía, es un grito que se siente hasta el
alma misma. Gusanos.
La putrefacción es algo que no le
desearía ni a la señora de mi derecha. No deja de hablar de sus hijos y de los
lirios que le han de llevar, y habla de ellos como si estuvieran vivos. Pero
hasta donde yo sé ella misma les sobrevivió a sus dos hijos y a su marido. Tal
vez lo olvidó, suele suceder; yo, por ejemplo no recuerdo nunca nada. También
tengo entendido que la señora de mi derecha es la quien más tiempo lleva muerta
de los que están a mi alrededor. Se pudrió hace mucho, y hasta donde sé igual y
ya es sólo polvo. Pero esas preguntas no se le hacen ni a las personas que no
te dejan desbaratarte en paz y en silencio.
Trato de recordar que fue lo que me
pusieron encima, a veces hasta me da nerviosismo pensar que no me hayan puesto
nada y el día menos pensado crean que no hay nadie enterrado aquí y vengan y me
enjareten otro encima. Eso sí no lo soportaría. El hombre de mi izquierda
siempre se queja que le pesa mucho la tierra sobre su cuerpo, a veces cuenta
que se mandó hacer una lápida hermosísima y que ahora resultaba que ni eso le había salido bien. Y yo
siempre tengo ganas de preguntarle de su tumba y de las otras cosas que no le
habían salido bien. Pero siempre me quedo callado. Así es mejor, no vaya a ser
la de malas.
También está la caja, el de la
izquierda alguna vez dijo que la caja de cada quién puede ayudarnos mucho a no
olvidar, a recordar quienes éramos, él dice que eligió roble y por eso no se ha
vencido el peso de su lápida sobre él, dice que lo único malo es que se le mete
el agua por todos lados en verano. Yo ya no sé como es el verano, aunque
supongo en algún momento lo supe. En fin. La señora de mi derecha debe tener
una caja de muy buen material, porque nunca la he oído quejarse del agua ni de
la tierra ni de nada relacionado a su caja, y si hubiera algo de qué quejarse
lo haría, siempre se queja de todo, menos de su caja y de sus hijos. La chica
de enfrente parece tampoco tener problemas, pero ella es nueva, habrá que
esperar. Del de atrás ni cómo saber. Mi caja ya es casi pura astilla, no sé de
qué madera es, pero se le mete la tierra a cada rato y ni se diga el agua. Pero
qué se le va a hacer.
Lo peor son los pasos. No, lo peor
es el miedo. Pero sin duda lo segundo peor son los pasos, hay veces (sobre todo
a principios de noviembre) cuando a los pasos les da por llegar y azotar su
inagotable traqueteo sobre nuestras cabezas. Al principio le llegaban muchos
pasos la chica de enfrente, se veía que hasta a ella le fastidiaba. Pero hace
algún tiempo ningún paso se le acerca y ahora le da por llorar y por ponerse a
platicar de cosas que nadie escucha y a nadie le interesan, ni siquiera a la
señora de mi derecha, aunque creo que no la escucha con tanto borboteo que le
da por salírsele de la boca a cada rato.
Pero sí, lo peor es el miedo. Es
imposible describir la sensación de cómo se te va cayendo la piel a pedazos,
como si fueras una oveja vieja, Y luego ya no puedes ni sentir los huesos,
sientes polvo y te preguntas qué va a pasar cuando ya ni el polvo sientas. Y te
da miedo. Es imposible que no te dé miedo pensar en ese tipo de cosas. Porque,
¿qué carajo sucede después?
Yo nunca hablo. Sí suspiro, eso sí.
Pero todos suspiran (menos el de atrás). Por lo demás no hay nada que se pueda
decir de mí. Bueno, tal vez se podría decir que muchas veces he tratado de
quedarme dormido. Nunca puedo. Pero en eso tampoco hay nada especial. Todos
tratamos de quedarnos dormidos en algún momento, hasta el de atrás, estoy
seguro. Porque el día en que gritas (cuando los gusanos te empiezan a
agujerear) es cuando despiertas y ya nunca más te puedes volver a dormir.
Debo confesar que algunas veces me
siento abrumado por todo, por los ruidos y el silencio y las inundaciones y por
las peroratas de la señora de mi derecha y los llantos de la chica de enfrente y
la estúpida sabiduría del de mi izquierda y por el ensordecedor callar del de
atrás y la tierra y la madera astillada y por la piel y los huesos y el polvo y
por los pasos y el miedo y los lirios que nadie le trae a nadie y por todo…, y
entonces comienzo a imaginar toda clase de planes para escapar de aquí. Pero luego
recuerdo que no recuerdo nada, recuerdo que no me puedo mover, recuerdo que ya
soy puro esqueleto, recuerdo que ya viene la temporada de lluvias y que si no
estoy yo los moluscos no tendrán donde enroscarse. Y me tranquilizo. Me quedó
muy callado, más callado de lo normal. Tratando de dormir. Escuchando.
Suspirando.
Ian García Varona
👌🏼 atractivamente aterrador!
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