La violencia de los corazones rotos que deambulan por las calles de ésta ciudad olvidada, atiborrada de camiones, avenidas y del cálido aliento del planeta muriendo.
Éste simulacro de mi vida y de mi muerte, como una colección de dulces fracasos, como la culminación de algo breve, cansado, absurdo.
Éste extraño vampiro que me observa desde el espejo, y que, con el desprecio de un ser patético, busca desesperadamente una gota de sangre en sus entrañas, hasta quedar como el fantasma de un despojo, demasiado cobarde para sentir dolor.
Las estrellas que se parten en dos ante el furor descontrolado de los amores no correspondidos, los suelos secos que queman la primavera.
La necesidad.
No.
La imposibilidad de conocerte.
De descubrirte en el centro de todo, en la vorágine del caos que se va comiendo los cielos.
El temor de abrir la tierra a tu paso, de cubrirte de cenizas con mis manos.
Éste ensayo de algo que creo reconocer como verdad.
El desprecio y las horas de duelo puestas en pausa, como quien sale de casa sin mirar atrás.
La seguridad de que por la mañana volverá todo: el vampiro, los camiones, las avenidas, los insoportables espejos, los corazones rotos, las estrellas quebradas.
La esperanza, la tenue esperanza, la devastadora esperanza.
Ian
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